Se acerca el solsticio de invierno en el hemisferio norte.
Las noches son largas, los días cortos. Es un momento anual que la naturaleza nos ofrece para parar, recogernos en nuestro interior, tomar el tiempo para meditar, para aprender del pasado año y hacer balance.
La mayoría de la gente se dedica a lo contrario. Me incluyo. A estar fuera en vez de dentro.
Quizás no tenga que ser ni lo uno ni lo otro. En mi opinión, un buen equilibrio entre ambos puede formar una receta adecuada.
Reconozco que siempre me ha gustado la época navideña, con sus luces, sus colores, el bullicio por las calles y el soniquete único de los incansables villancicos.
Recuerdo todas las navidades de mi infancia como momentos llenos de felicidad y alegría. Desde Madrid nos desplazábamos cada año a Cartagena, donde vivían mis abuelos. Allí nos reuníamos con casi toda la familia y nos reencontrábamos con los amigos que allí vivían.
Sin duda, eso era lo que más me gustaba: el calor de la familia, las reuniones en casa de unos y de otros, las historias que contaban los mayores mientras los pequeños nos poníamos morados de turrón de chocolate, las tardes de juegos de mesa al calor del brasero, la magia de la cabalgata de reyes mientras que, inocentemente, tratábamos de distinguir nuestro regalo en la carroza de nuestro rey preferido. Eran días de magia y de calidez humana.
Según han ido pasando los años, no he perdido un ápice de esa ilusión que sentía de pequeña pero reconozco que sí tuve que hacer un importante ejercicio de toma de conciencia antes de cortar con la vorágine consumista en que, a mis ojos, se estaba convirtiendo esta época entrañable y, así, devolverle un sentido más adecuado para mí.
Todo empezó un día en que andaba a la búsqueda y captura del regalo navideño de turno.
Me encontraba en unos grandes almacenes del centro de la capital cuando, de pronto, me dio algo que en aquel momento no supe identificar pero que imagino yo que fue lo que hoy se conoce como un ataque de ansiedad.
Me paré en seco.
Miré a mi alrededor, me miré a mí misma y me dije: “¡Míranos! ¿Qué demonios estamos haciendo?”
Me prometí a mí misma que nunca más volvería a entrar en ese lugar. Y lo cumplí tan solo para demostrarme que no era necesario, que no me hacía falta comprar absolutamente nada de lo que allí había, que eso no tenía nada que ver con la navidad, que no se trataba de otra cosa que pura inercia social en la que la mayoría quedamos atrapados si no nos detenemos a reflexionar.
A partir de entonces, me replanteé el verdadero sentido de la navidad y comencé a deshacer el camino consumista.
El primer paso fue volver a estar más en contacto con la naturaleza para entender mejor el significado del solsticio: el regreso del Sol, el renacer de la luz y la esperanza. Todo el mundo parece cobrar un nuevo impulso vital tras estas fechas tan señaladas.
Después, fui analizando cada aspecto que se ve afectado por la locura consumista, especialmente la comida, los regalos, los adornos y las relaciones sociales.
Para, por último, empezar a hacer las cosas de manera diferente. Pasito a pasito.
Hoy me apetece compartir contigo lo que yo he ido poniendo en práctica.
Regalos
¿A quién no le encanta tener un detalle con los seres queridos con los que nos reunimos estos días?
En este apartado hay varias opciones.
Por ejemplo, en nuestra familia, cuando nos reunimos muchos, optamos hace años por jugar al amigo invisible . De este modo se evita el estrés de buscar muchos regalos que, a menudo, se compran a la desesperada, sin ponerle corazón. Cuando solo tienes que hacer un regalo es mucho más probable que pongas más energía en encontrar un objeto o una experiencia que aporte valor a su vida.
La otra opción que me encanta es la de regalar artesanía, objetos únicos que salen de tus propias manos o de las manos de otros artesanos. Todos somos creativos, aunque a la mayoría se nos olvidó por el camino. Durante el mes de diciembre tengo mi laboratorio a pleno rendimiento, pensando y creando productos para todos aquellos que buscan algo diferente.
A la hora de envolver, ¿por qué no pruebas con papel de periódico o paños y telas que puedan reutilizarse? Es un crimen gastarse dinero en algo que va a terminar en la basura a los pocos minutos de abrir el regalo.
Y, por si andas escaso de ideas, te recomiendo que te pases por Presente perfecto, de mi querida Mamen Pérez. Me quedo con su frase:
Regalar es como hacer un guiño a otra persona, es decir, “estoy aquí y me importas”
Comida
¡No al atiborre navideño! ¡No, no y no!
De verdad, ¡créeme! Es posible. Solo hay que hacer una cosa: cambiar la forma de pensar y dejar de hacer cosas
“porque siempre se ha hecho así”.
Y ¡ojo! Soy la primera a la que le gusta comer y probar de todo pero, hay límites, y las cosas se pueden hacer de otra manera.
No le veo el sentido a tener que ponernos hasta arriba de lo que nos envenena cuando, precisamente, hoy en día, y en esta parte del mundo, hay tantas alternativas. Solo hay un ganador en ese juego: la industria alimentaria.
Tenemos la capacidad de ELEGIR a cada instante qué comprar y qué comer saliendo de la inercia social.
He llegado a un punto en que soy incapaz de comerme un polvorón o un trozo de turrón del que me gustaba tanto de pequeña. No me hace falta, no me gusta, no lo quiero. Y, si de pronto me entran ganas de comerme un dulce navideño, me lo cocino yo misma (el roscón de reyes sigue sin salirme :-().
Se pueden presentar comidas y cenas exquisitas y de alta calidad, con los ingredientes que nos ofrece la naturaleza, sin necesidad de intoxicarnos ni excedernos. Es cuestión de elegir lo mejor para nosotros, tanto calidad, como cantidad.
Son fechas en que me gusta estar llena de energía para poder compartir un tiempo de más calidad con los míos. Si opto por el exceso (sí, es opcional, nadie te obliga con una pistola) me siento mal y me falta energía para disfrutar al máximo.
Tenemos suficiente información y conciencia como para no seguir poniendo nuestro dinero en “alimentos” que nos perjudican. Y no solo es una vez al año…
Adornos
La semana pasada empezaba el mercadillo navideño aquí en Lovaina. Las calles estaban exquisitamente adornadas, las luces resaltaban aún más la belleza de esta ciudad universitaria. Disfruté como una niña perdiéndome entre los puestos de artesanía.
Esto es para decirte que me encanta la decoración.
Pero, aunque la oferta de adornos navideños es cada vez más abrumadora, en su gran mayoría se trata de objetos de plástico carentes de alma.
Antaño, cuando no había dicha oferta, la gente era creativa y adornaba las casas con materiales de la naturaleza: ramitas de acebo, de muérdago y de abeto, hojas secas, piñas, hiedra, trocitos de madera, arcilla, etc.
Personalmente, me encanta adornar mi casa con estos materiales. Si no tienes tiempo ni ganas de crearlos tú mismo, pásate por los mercadillos. Me sorprende agradablemente observar la vuelta a este tipo de ornamentos.
Relaciones sociales vs. soledad elegida
También es esta una época de compromisos sociales, de cenas y reuniones con amigos y familiares que, aunque no es mi caso, muchos desearían evitar a toda costa. Pero, una vez más, la inercia social les acaba arrastrando a un lugar en el que no desean estar, en compañía de personas con quienes no tienen nada que compartir.
Hace tiempo escuché una frase de Borja Vilaseca que me resonó muchísimo:
“La soledad es el gimnasio donde se empieza a entrenar el amor propio”.
Como comentaba al principio de este artículo, el solsticio de invierno es un momento anual que la naturaleza nos ofrece para parar y recogernos en nuestro interior.
¿Qué te parecería la idea de huir de todas las celebraciones ruidosas y superficiales para retirarte a celebrar la navidad o el fin de año sin otra compañía que la tuya propia? Escucharte, conocerte, descubrirte, mimarte, amarte. Cuanto mejor te conoces, mejores elecciones haces.
Te confieso que es un asunto que tengo pendiente y que sueño con llevar a cabo algún día, aunque solo sea una vez. Creo que la soledad elegida es recomendable y necesaria para conectar con nuestro interior y descubrir quiénes somos y qué queremos realmente. ¿Por qué no hacerlo durante estas fechas tan señaladas?
A modo de despedida, te invito a reunirte contigo mismo y con tus seres queridos para celebrar el regreso del Sol y el renacer de la luz y la esperanza.
Es tu turno
Y tú, ¿qué tal llevas esto de la vorágine navideña?
¿Me cuentas tus trucos para reducir el consumismo en estas fechas?
Un abrazo grande,
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¡Hola Kiki!
Me ha encantado el artículo, muy necesario. Me he reído con lo de la “decoración de plástico sin alma”. Y es que tienes toda la razón, a mí también me encanta hacer adornos navideños con piñas, palos y ramas. Y las manualidades que venden en los mercadillos son preciosas.
Yo también tuve un momento parecido al que cuentas en los grandes almacenes. A mí me pasó ya en casa, envolviendo los regalos. Cuando de repente me paré de golpe y pensé en la gran tontería que es el papel de regalo. Y es que gastamos dinero en un envoltorio que va a durar 5 minutos y va a acabar en la basura ese mismo día. Este año voy a envolver todo siguiendo tus consejos 😉
Por último, me gustaría compartir que el vivir lejos de la familia también me ha enseñado a valorar mucho más lo inmaterial. Cuando se acercan estas fechas, sólo pienso en los abrazos y tiempo con la familia y no en los regalos. Con tu permiso, comparto un artículo en el que hablo de los regalos que más alegrarán a los que vivimos lejos:
http://www.evaexperience.com/que-regalar-a-un-expatriado/
¡Un abrazo y feliz Navidad!
Hola Eva,
gracias por pasarte por aquí y dejarnos tu aportación.
Coincido plenamente contigo en que cuando vives en el extranjero el mejor regalo son los abrazos y la cercanía de tus seres queridos y las cosas materiales se vuelven irrelevantes.
Pero si insisten, y como comentas en tu artículo, un poquito de jamón siempre se agradece, jajaja.
Un abrazo fuerte y feliz Navidad para ti también!
Kiki
Hola Kiki,
Me ha gustado mucho tu artículo.
Sin habérmelo planteado veo que practico muchas de las cosas que propones. Simplemente no hago lo que no me apetece sólo por quedar bien.
Sólo compro regalos para mi hijo y mis sobrinos y no espero ni quiero que me regalen nada.
Para mí lo más importante es poder estar con la gente que quiero, que ahora viven lejos. Así que con eso ya soy feliz. 🙂
Y eso de los atracones y estar comiendo turrón y polvorones desde el 1 de diciembre al 31 de enero, se acabó hace años. Es que ni me apetece ni compro. Seguro que cuando vaya a casa de algún familiar comeré algo de eso, pero sólo ese día.
Y yo que me siento rara por todo esto… Pero es una liberación, sobre todo mental.
¡Un abrazo y feliz año!
Hola Sandra,
¡encantada de saludarte! Me alegra mucho que te haya gustado el artículo y que tu también te hayas liberado de la locura navideña.
Afortunadamente, cada vez somos más los «raros» 🙂
¡Un abrazo muy grande y feliz Año!
Kiki